Los Juegos Panamericanos Lima 2019 fueron lo máximo. A pesar de la mala vibra de algunos "contreras" que decían que Lima no iba a dar la talla, el evento fue un éxito y fue la mejor campaña en la historia del deporte nacional. En contadas semanas vi (por tele, ojo) más peleas de box, partidos de rugby, carreras de atletismo, competencias de tiro y surf que en lo que había vivido hasta entonces, pero lo que quedó más marcado en mí fue lo que ocurrió el 10 de agosto.
Más allá de seguir las competencias por diversos medios, mi "meta" era conseguir una entrada para el karate, que se iba a disputar ese día mencionado. Empero, como una mala costumbre de los peruanos, dejaba pasar el tiempo (como si las entradas sobraran) y las posibilidades de tener la entrada parecían extinguirse. Incluso fui a la misma sede del evento unos días antes, pero nada. Me quería volver loco.
¿Y por qué ese afán de ir al karate y no a ver otro deporte? Durante parte de mi vida universitaria coincidí con Alexandra Grande. Yo no sabía que se dedicaba al deporte hasta que un día vi una nota en el periódico (uno deportivo, fundado en 2009) que decía que había ganado una competencia en el extranjero. Desde entonces me volví su hincha (?) y la seguí en sus competencias más importantes: en 2011 perdió la final de su categoría en los Panamericanos y cuatro años después hubo revancha. Esa vez seguí la competencia por Internet y cuando ganó la final lo festejé como un gol de la Selección.
Ese día "arrancó" temprano. La idea era aprovechar la última opción para conseguir la bendita entrada y por ello madrugué para hacer el recorrido de Los Olivos a Villa El Salvador. Llegué y además de los que sí compraron con tiempo y entraban todo normal, había gente en el mismo trance que yo: incluso hicimos cola un rato para que nos dijeran que ya no había entradas. Parecía misión imposible, pero de repente me encontré con unos tipos que revendían y... por fin tuve la entrada en mis manos. Era ahora o nunca.
Una vez que me instalé en mi asiento en el Polideportivo de Villa el Salvador (su nombre oficial) hubo que esperar un poco para el inicio de las competencias. Por mientras, el público se entretenía con las dinámicas que se propalaban por las pantallas. En una de esas la cámara enfocó a Alexandra cuando entraba al recinto y bajaron los aplausos.
Ese día compitieron diversas categorías. En las pausas aproveché para ir a comer algo (las colas también eran largas) o conocer más el lugar. En una de esas apareció Vizca que caminaba rodeado de periodistas y gente que lo saludaba (primera vez que yo veía un Presidente en funciones). Adentro, los karatecas (hombres y mujeres) se seguían eliminando hasta que quedaban los mejores por cada categoría (léase, peso). Obviamente los peruanos eran los que recibían más aliento.
Alexandra llegó nuevamente a la final y para mí la entrada ya estaba bien pagada. Solo faltaba un paso para repetir lo de los Juegos anteriores y así fue. Su segunda medalla de oro la consiguió ante su público. Con todo lo que sufrí (?) para conseguir la entrada, no sé por qué no lloré cuando Alexandra ganó su última pelea.
Los mejores de cada categoría fueron premiados una vez terminadas todas las competencias. Además de lo que resonó nuestro himno en la premiación de Alexandra, me quedé con cómo la delegación colombiana cantó el suyo cuando uno de sus deportistas fue premiado. Terminada la premiación, algunos deportistas se dieron tiempo (ya cambiados) para tomarse fotos con el público y firmar autógrafos: me conseguí el de un chileno.
A golpe de 10:00 pm ya estaba de regreso en mi casa. Dejé mis cosas (mi cámara, algunos souvenirs) y de inmediato me fui a casa de papá para saludar a la abuelita por su cumpleaños, además de contar lo ocurrido. Ellos (papás, abuelos paternos, tíos y primos hermanos) también estuvieron pegados a la tele para ver cómo "la amiga de David" (mi mamá, que no conoce de nombre a mis excompañeros de universidad, fue a la casa y les dijo que iba a competir) hacía lo suyo y volvía a colgarse una medalla de oro panamericana.
Más allá de seguir las competencias por diversos medios, mi "meta" era conseguir una entrada para el karate, que se iba a disputar ese día mencionado. Empero, como una mala costumbre de los peruanos, dejaba pasar el tiempo (como si las entradas sobraran) y las posibilidades de tener la entrada parecían extinguirse. Incluso fui a la misma sede del evento unos días antes, pero nada. Me quería volver loco.
¿Y por qué ese afán de ir al karate y no a ver otro deporte? Durante parte de mi vida universitaria coincidí con Alexandra Grande. Yo no sabía que se dedicaba al deporte hasta que un día vi una nota en el periódico (uno deportivo, fundado en 2009) que decía que había ganado una competencia en el extranjero. Desde entonces me volví su hincha (?) y la seguí en sus competencias más importantes: en 2011 perdió la final de su categoría en los Panamericanos y cuatro años después hubo revancha. Esa vez seguí la competencia por Internet y cuando ganó la final lo festejé como un gol de la Selección.
Ese día "arrancó" temprano. La idea era aprovechar la última opción para conseguir la bendita entrada y por ello madrugué para hacer el recorrido de Los Olivos a Villa El Salvador. Llegué y además de los que sí compraron con tiempo y entraban todo normal, había gente en el mismo trance que yo: incluso hicimos cola un rato para que nos dijeran que ya no había entradas. Parecía misión imposible, pero de repente me encontré con unos tipos que revendían y... por fin tuve la entrada en mis manos. Era ahora o nunca.
Una vez que me instalé en mi asiento en el Polideportivo de Villa el Salvador (su nombre oficial) hubo que esperar un poco para el inicio de las competencias. Por mientras, el público se entretenía con las dinámicas que se propalaban por las pantallas. En una de esas la cámara enfocó a Alexandra cuando entraba al recinto y bajaron los aplausos.
Ese día compitieron diversas categorías. En las pausas aproveché para ir a comer algo (las colas también eran largas) o conocer más el lugar. En una de esas apareció Vizca que caminaba rodeado de periodistas y gente que lo saludaba (primera vez que yo veía un Presidente en funciones). Adentro, los karatecas (hombres y mujeres) se seguían eliminando hasta que quedaban los mejores por cada categoría (léase, peso). Obviamente los peruanos eran los que recibían más aliento.
Alexandra llegó nuevamente a la final y para mí la entrada ya estaba bien pagada. Solo faltaba un paso para repetir lo de los Juegos anteriores y así fue. Su segunda medalla de oro la consiguió ante su público. Con todo lo que sufrí (?) para conseguir la entrada, no sé por qué no lloré cuando Alexandra ganó su última pelea.
Los mejores de cada categoría fueron premiados una vez terminadas todas las competencias. Además de lo que resonó nuestro himno en la premiación de Alexandra, me quedé con cómo la delegación colombiana cantó el suyo cuando uno de sus deportistas fue premiado. Terminada la premiación, algunos deportistas se dieron tiempo (ya cambiados) para tomarse fotos con el público y firmar autógrafos: me conseguí el de un chileno.
A golpe de 10:00 pm ya estaba de regreso en mi casa. Dejé mis cosas (mi cámara, algunos souvenirs) y de inmediato me fui a casa de papá para saludar a la abuelita por su cumpleaños, además de contar lo ocurrido. Ellos (papás, abuelos paternos, tíos y primos hermanos) también estuvieron pegados a la tele para ver cómo "la amiga de David" (mi mamá, que no conoce de nombre a mis excompañeros de universidad, fue a la casa y les dijo que iba a competir) hacía lo suyo y volvía a colgarse una medalla de oro panamericana.
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